Dentro de la obra titulada "Parerga y paralipomena", es decir, la recopilación de textos más o menos breves sobre esto y aquello, se incluyen estas reflexiones sobre distintos filósofos históricos. Como el propio autor dice a las primeras de cambio, este ejercicio retrospectivo no es nada original, pero él afirma que, a diferencia de otros, dirá lo que buenamente le parezca, llanamente y sin prejuicios. Y a fe que lo hace. Schopenhauer se nos antoja un viejo gruñón (el único retrato que se conserva de él lo confirma), un poco amargado, pero tremendamente perspicaz y que, muchas veces, tiene razón. Resulta muy divertido cuando arremete sin contemplaciones con los grandes mitos del pensamiento occidental, como Aristóteles, al que tacha de desordenado un poco injustamente, porque parte de la culpa de su aparente desorden lo tiene la transmisión de sus obras. Hace lo propio con Hegel, aunque en este caso por motivos menos elevados, puesto que sus discípulos le han privado al propio Schopenhauer de los honores y oficios a los que se cree merecedor, asunto al que dedica varios párrafos de jeremiadas, lamentaciones y amenazas: él, Schopenhauer, alcanzará la gloria inmortal, mientras que sus viles competidores no serán recordados por nadie. También en esto ha tenido razón, salvo en lo que hace a Hegel. Por lo demás, Schopenhauer se declara admirador de Kant, al que dedica casi la mitad de este libro, y de las religiones orientales, en particular el budismo y el hiduismo, a las que considera origen de todo el pensamiento occidental. Y, en fin, su aportación particular es que el origen de todo, al estilo de los presocráticos, es la voluntad humana y, por tanto, ni Dios ni amo: las cosas son como queramos que sean. Él mismo afirma que a esta conclusión no se llega por caminos racionales, sino por intuición, y el que no lo entienda que se fastidie. La verdad es que el hombre tiene un par de narices, y su huella se encontrará en el pensamiento actual. Un filósofo diferente, desde luego. ( )