Vicente Romano

No sé cuándo el libro fue a parar al pueblo, donde nadie lo ha abierto, estoy seguro, hasta que lo hice yo por primera vez hará cuatro o cinco años, y ya me sorprendió. Ahora lo he vuelto a leer porque me olvidé en casa el libro que tenía entre manos, y algo había que leer en el fin de semana, y me ha vuelto a fascinar, y eso que no me gustan los libros de viajes.

En este caso es un viaje a pie, a mediados de los 60, por una zona entonces absolutamente olvidada. Los autores aprovechan para hacer críticas veladas al sistema, pero sin cargar las tintas. De vez en cuando intercalan algunas reflexiones o citas de sabor más o menos marxista, pero ellos mismos, como suele suceder, se ven superados por la realidad, que no se deja atrapar por explicaciones académicas. Las alusiones teóricas son meras comparsas ante las personas que encuentran en su viaje. Recuerdo con especial impresión un antiguo minero, un viejo pese a no llegar a los cuarenta, debido a la silicosis, que vive en un pueblo "propiedad" de la empresa minera, y cómo describe en dos patadas lo miserable de su situación. O las palabras, escasas y casi al pasar, de los pastores trashumantes, diez meses al año dando barrigazos por el campo. O la impresionante hospitalidad de los carboneros (en particular la mujer de uno de ellos, Crucita) que viven en chozos de cañas en medio del monte, a kilómetros campo a través del pueblo más cercano. O don Manuel, dueño de una de las fincas en donde les dan alojamiento, empeñado a su manera en elevar el nivel de vida de sus empleados. O los niños, casi sin escolarizar (aunque más de lo que estuvieron sus padres, por donde, con razón, los autores ven un rayo de esperanza), y el maestro que no tiene escuela ni título pero que enseña lo básico a los rapaces. Incluso hay la inevitable escena chusca cuando en un pueblo el alcalde les interroga porque cerca ha habido un asesinato y, naturalmente, unos forasteros tan raros, son sospechosos (se libran porque en el momento de los hechos, más o menos, habían sido vistos en la taberna del pueblo por el cabo de la Guardia Civil), o la pendencia en un cortijo por hacerse una foto. Es, pues, un viaje de personas, casi todas muy humildes, pero hospitalarias como hoy ya no se lleva, y resignadas como siguen siendo las gentes del campo. En fin, no puede uno menos que pensar que, gracias a Dios, la vida para las personas del campo hoy en día ha mejorado, y mucho, en muy poco tiempo. Que siga la progresión.… (mais)